por Héctor E. Lira (publicada en revista City del mes de agosto de 2013)
Emprendimiento, innovación, liderazgo. Son conceptos que han logrado articularse desde los años noventa en un discurso atractivo y coherente para las nuevas generaciones. Con ejemplos como Steve Jobs (Apple), Bill Gates (Microsoft), Larry Page y Sergey Brin (Google), y Mark Zuckerberg (Facebook) se instaló en el inconsciente colectivo la idea de que todo era posible cuando se tenía una buena idea y empeño en llevarla a cabo. De esta forma, nacieron nuevos “superhéroes”; jóvenes que sin mucho más que una alta capacidad creativa podían revolucionar el mundo, y lo más increíble de todo ¡podían hacerlo desde un garaje! Con esto se instaló también la ilusión de lo fácil que era el camino hacia el éxito, en cuanto que lo único que separaba a un individuo de lo que deseaba era únicamente “sí mismo”, y su nivel de esfuerzo y persistencia: ya no más pérdida de tiempo en pedir ayuda a instituciones burocráticas y oxidadas.
Pero desde 1976, cuando se fundó Apple, el mundo ha cambiado y no tan sutilmente como creemos. Hoy, haciendo uso de exactamente las mismas herramientas que los emprendedores utilizan para montar sus empresas, la sociedad civil lo ha hecho para organizarse en contra del “modelo”, cuyas expresiones más simbólicas han sido el surgimiento de distintos movimientos sociales tales como “anonymus”, y su rol protagónico en las protestas de Egipto el 2011 y la operación S.O.P.A en febrero del 2012 o el de los llamados “indignados” en España y New York. Particularmente en Chile, los movimientos sociales como el estudiantil y el de Aysén. Todos estos inspirados en una aspiración igualitarista y en base a una profunda desconfianza de la capacidad del sistema de ser justo por sí mismo, denunciando a las instituciones por los abusos cometidos en contra del “ciudadano – consumidor” y exigiendo a los gobiernos y Estados mayor protagonismo en la protección de las personas.
Sumado a esto, últimamente se ha fortalecido la narrativa que posiciona al joven dirigente estudiantil como el gran orquestador de la agenda política en pro de la igualdad, en vez de la visión del emprendedor que busca a través de la innovación solucionar problemas de la sociedad. En efecto, la figura del emprendedor ha perdido fuerza en Chile y la visión que existe de él ha sido caricaturizada negativamente en los últimos años, y en gran medida, se debe a la falta de propósito y mística con la cual hoy se comienzan muchas empresas, donde en su gran mayoría destacan aquellos emprendimientos asociados a la creación de nuevas redes sociales y aplicaciones para dispositivos inteligentes, en vez de emprendimientos sociales cuyo impacto se nota solo a largo plazo. Además, el fracaso del posicionamiento del emprendimiento como palanca de movilidad social y, en su defecto, la exaltación del dirigente social como aquel que genera cambios desde “la calle” se debe a una derrota ideológica y problema de génesis en el seno de algunas Escuelas de Negocios donde se forman a estudiantes en “competencias emprendedoras” pero se descuida el rol social que hoy más que nunca los emprendedores están llamados a cumplir.
En ese sentido, una sociedad desarrollada es aquella en la cual la clase política y empresarial suscita admiración en la ciudadanía, y eso no tiene nada que ver con la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), sino que con el grado de conexión y empatía que existe entre el objeto de una empresa y el entorno que la rodea. Ante esto, la clase empresarial chilena – tanto los consagrados como aquellos que recién comienzan- tiene una gran deuda con la sociedad civil, en cuanto que ya no existen consumidores cuyo único interés sea el de obtener un beneficio propio del bien o servicio que demanda, sino que ciudadanos complejos que demandan integridad en el comportamiento de las empresas de las cuales consumen sus productos y servicios.
Como sea, es imperante que se comience a reflexionar desde las distintas Escuelas de Negocios y mundo empresarial respecto de las consecuencias y responsabilidades sociales, laborales e ideológicas de los emprendedores que se están formando, dado que en gran medida la falta de interiorización de lo social es debido a la falta de conocimiento y educación que ocurre en los senos de distintas universidades que utilizan las palabras “emprendimiento, innovación y liderazgo” como herramientas de marketing en vez de una instancia de reflexión ideológica. La visión purista e idealizada del emprendimiento como una aventura individual y necesariamente tecnológica es una de las grandes cadenas del desarrollo de un Chile que depende de un solo producto para su subsistencia. El día que el cobre deje de dar los dividendos que hoy en día entrega será muy tarde para entender que el rol del emprendimiento, con toda la creatividad y vitalidad que lo caracteriza, es fundamental para el desarrollo de cualquier país.